Segundo día: Ifrane - Tinerhir

Segundo día en Marruecos, después de cruzar la frontera el día anterior y llegar hasta Ifrane, la Pequeña Suiza. Nos levantamos pronto para desayunar a las 8:00 y ponernos en marcha, porque la ruta de hoy también es algo ambiciosa. Y es que si queremos ver tantas cosas como queríamos, no hay más remedio que tener algunas etapas más largas. Oh, qué disgusto.

Bajamos a desayunar, y un recepcionista durmiendo en un sofá, y todo apagado, me recuerdan que mis 8:00, son sus 6:00. Pues nada, hacemos tiempo cargando las cosas en la moto y en el coche, y nos vamos a dar una vuelta por el pueblo, hacer algunas fotos y desayunar en un bar que sí estaba abierto. Y sin moscas.

Poco después, y después de repostar (al menos en una gasolinera decente; más al sur, la gasolina está adulterada, como poco) nos ponemos en marcha. Hace algo de frío, estamos a bastante altitud, y parece que puede llover a ratos. Al fin y al cabo  estuvimos bastante tiempo por encima de los 2.000 metros. Curvas y paisajes de alta montaña, parecidos a otros que ya conozco, pero siempre con algo diferente que me hace saber que estamos en Marruecos. En África. Apenas nos cruzamos con nadie, y vamos disfrutando de la ruta, y pendiente del GPS, para no perder el rumbo bueno. 

Curveando por una carretera que discurre entre un bosque de impresionantes cedros (ce-dros; no cerdos, que aquí no hay), hacemos una parada para juguetear con unos monos que comen confiadamente de nuestra mano. Se quedan esperando al lado de la carretera, porque saben que ahí siempre les cae comida. Qué majetes. 

Unos cuantos minutos y unas barras de pan después, dejamos a los macacos para continuar nuestro camino, bajo un cielo plomizo que aún nos regalaría algo de agua antes de despejarse del todo (de hecho, no despejó; fuimos nosotros los que fuimos más hacia el sur, donde desaparecían las nubes). 

Tras unas paradas técnicas, otras para hacer fotos, y otras para dar caramelos (nunca dinero) a algunos niños que esperaban con sus padres a alguien que les llevara a algún sitio, llegamos a Zaida, un pueblo Marroquí como otro cualquiera: no muy grande, polvoriento, y con la mayoría de comercios, asadores de carne y bares quedan a ambos lados de la calle, como en el salvaje oeste. Paramos a tomar un te (verde a la menta), caliente como él solo, y buenísimo, y damos un paseo por el pueblo ante la mirada curiosa de sus ajetreados habitantes. Hablamos con uno y con otro, y unos niños se las apañan para vendernos una bolsa de nueces, y un disco, que ya os pasaré porque es muy bueno (jojojo). 

Continuamos camino, y tras unas largas rectas, aparecen de nuevo las curvas, a lo largo de la garganta del río Ziz . Muy bonito camino, que ya conocía de mi anterior viaje en coche, y además el río llevaba agua, lo que, creo, no siempre sucede. Mis padres nos esperaban en una curva con un mirador para comer, en esta ocasión unos bocatas de queso manchego y fuet. Por supuesto, al estar más de un minuto parado en el mismo sitio, comenzaron a aparecer chiquillos vendiendo cosas, en este caso unos dromedarios hechos de hoja de palmera, y otros, esto sí es más raro, pidiendo dinero (que nunca damos). 

Continuamos siguiendo el Ziz (Oued Ziz, vaya), y finalmente las divertidas curvas dejan lugar a interminables rectas, con paisajes completamente diferentes a los que hemos visto hasta ahora: mucha tierra seca, mucha piedra... pero sigue pareciéndome un paisaje bonito, y sobre todo muy diferente a lo que estoy acostumbrado a ver. De nuevo, siento que estoy en África. 

A pesar de que es una etapa larga, se nos ha dado muy bien y llegamos pronto a Tinerhir, nuestro destino. Después de poner gasolina buscamos el hotel. La fachada me desanima un poco, porque no se parecía en nada a lo que había visto por internet, así que mi madre y mi mujer entran para echar un vistazo, confirmar que tienen nuestra reserva y ver las habitaciones. Pues el hotel resulta ser una preciosidad, en medio del alboroto y el ajetreo de un pueblo grande como este, así que hala: motos al parking (que está en la calle de atrás, donde los niños aprovechan para pedir caramelos, balones que no tenemos, y dirhams que no les damos. Son muy graciosos y nos preguntan muchas cosas sobre el coche, la moto...).

Después, ducha y paseo por el mercado del pueblo, que nos permite hacer muchas fotos del día a día de un pueblo Marroquí

Aún tenemos tiempo de descansar un rato antes de cenar, y de volcar las fotos en el ordenador y echarles un vistazo, para revivir un poco los dos días de viaje que llevamos. Que parecen una semana. Y luego ya podremos dormir en el que seguramente era el hotel más silencioso de cuantos visitamos.