y último día: Chaouen - Algeciras - Madrid

Nos despertamos cuando aún es de noche. Con los ojos a medio abrir preparamos todo y bajamos a desayunar. Como son casi las seis de mañana (las ocho para nosotros), está todo en silencio, y apagado. Pero no se habían olvidado de nosotros: nuestro desayuno estaba casi listo. Todavía con sueño, damos buena cuenta de todo lo que nos han preparado.

Hace una mañana preciosa, y ponerse en marcha mientras amanece tiene algo especial. O será que sabemos que volvemos a casa. No lo sé. El caso es que tenemos esa sensación que te queda cuando tienes ganas de volver a casa pero no te quieres ir de donde estás. Sentimientos encontrados que nos acompañan durante todo el camino. Y nada más, porque es tan temprano que apenas hay nadie por la calle, ni por la carretera.

Antes de que nos demos cuenta estamos en la frontera. Han sido casi dos horas que se nos han pasado volando, pero ahora toca el trámite y el papeleo de la aduana. Pasaportes, los papeles de los vehículos (incluyendo el que nos dan al entrar, que hay que volver a sellar al salir)... tenemos todo localizado. Como al entrar, algunos se ofrecen a hacerte el papeleo por unos cuantos dirham. Hay tanta cola que esta vez sí aceptamos, y no sé muy bien por qué, pero no tuvimos que esperar nada. En un par de minutos teníamos de nuevo nuestros pasaportes en la mano, y tras pasar el control de vehículos, ya le estábamos enseñando el pasaporte a la policía española.

Sin apenas colas, ya estábamos en Ceuta. El viaje casi había terminado. Nos sentíamos felices de lo bien que había salido todo, pero siempre con la sensación de haber querido explorar un poco más. O mucho más.

Llegamos bien de tiempo al ferry, y eso que teníamos mal el horario (en la web ponía 11:30, y resulta que el ferry salía a las 11:00). Sin embargo había algo de retraso. Una niebla muy espesa estaba impidiendo que los barcos pudieran entrar y salir de puerto con agilidad. Mientras esperábamos, pudimos ver cómo el práctico del puerto traía el Balearia que nos llevaría al otro lado del estrecho. Impresiona saber que el barco, un barco enorme, está ahí, pero no puedes verlo. Y de repente aparece como un barco fantasma, muy despacio.

Era un barco nuevo. Casi lo estrenábamos nosotros. Al contrario del barco en el que hicimos el trayecto de ida, este se abría por la popa y por la proa, de modo que entraríamos por la parte trasera del barco, y ya en Algeciras saldríamos por la delantera. Y el resto del barco estaba también muy mejorado. Para empezar, no había que subir escaleras: una rampa mecánica hacía el esfuerzo por nosotros. Después, unas butacas tan grandes y cómodas que al principio pensé que nos habíamos equivocado de cubierta. Pero no, es que ahora son así. Amplias, de piel, y totalmente reclinables. Además, nos invitaron a una Coca Cola y una tapita, y ya aprovechamos para tomarnos un bocadillo, y así no teníamos que estar pendientes de parar a comer por el camino.

Con algo de retraso por la niebla, llegamos finalmente a Algeciras. Aún nos quedaban por delante unas seis o siete horas de autovía hasta casa, pero las afrontábamos con ánimo y buen humor. Jeep y Adventure se separaron, porque íbamos a llevar ritmos distintos, y lo cierto es que entre las paradas, las canciones que Silvia me va haciendo cantar por el camino, los paisajes que, más bonitos o más feos, van cambiando y los recuerdos de un gran viaje llegamos a casa casi sin darnos cuenta. Contentos, pero cansados. Aún sin quitarme las botas descubro que mi hermano Jaime ha tenido el detalle de dejarnos un par de pizzas y una Coca Cola en la cocina, que después de tanta carretera y de un día que había empezado muy temprano sabían incluso mejor.

Ni lavamos la moto. Tampoco teníamos tiempo, realmente. Solo quitar las maletas, darnos una buena ducha, y sentarnos en el sofá a tomarnos nuestras pizzas y mirar un rato la tele sin prestar ninguna atención. Pero en realidad estábamos muy lejos de allí. Estábamos aún en Marruecos.